video

martes, 29 de junio de 2010

Sandy Skoglund


Acá les va la pagina de la fotografa que les mostre en clase pero que no tuve tiempo de mostrar todas las fotografias. Son impresionantes! sobre todo las de los años mas pasados. Todo es hecho con materiales, popcorn, chicles, huevos, medias y animales falsos... Porfavor veanlo!




i like my body when it is with your.....

i like my body when it is with your
body. It is so quite a new thing.
Muscles better and nerves more.
i like your body. i like what it does,
i like its hows. i like to feel the spine
of your body and its bones, and the trembling
-firm-smooth ness and which i will
again and again and again
kiss, i like kissing this and that of you,
i like,, slowly stroking the, shocking fuzz
of your electric fur, and what-is-it comes
over parting flesh....And eyes big love-crumbs,
 
and possibly i like the thrill
 
of under me you quite so new
E.E. Cummings

lunes, 28 de junio de 2010

Pensamento mudo


a Lygia Clark.

In the mood for love.

"Chow Mo-Wan: In the old days, if someone had secret they didn't wnat to share... you know hwat they did?

Ah Ping: Have no idea.
Chow Mo-Wan: They went up a mountain, found a tree, carved a hole in it, and whispered the secret into the hole. Then they covered it up with mud. And leave the secret there forever.

Ah Ping: What a pain! I'd just go to get laid."


Mientras el señor Chow pretende ser el esposo de la señor Chan y la señora Chan pretende ser la esposa del señor Chow, espiémosles. Esperemos tras las cortinas u ocultos en el closet, no perdamos las puertas abiertas y prestemos atención a los reflejos.

"I'm in the mood for love simply because you are near me
Funny but when you are near me, I'm in the mood for love." 


"Feelings can creep up just like that", si, eso es lo que sucede. En esta película los sentimientos se acercan al espectador con sigilo y le hipnotizan. Los momentos en que el señor Chow está con la señora Chan desbordan sensualidad y son, siempre, una invitación a algo más. Más como en la canción de fondo, en la voz de Nat King Cole, si te pregunto "que cuándo, cómo y dónde; tu siempre me respondes quizás, quizás, quizás."
Para los protagonistas, se hace cada vez más difícil reprimir sus sentimientos. Más es esa represión la que incrementa su deseo, la que le da textura y forma.  Su deseo es tan rojo como las cortinas del hotel donde se reunen a escribir; se mueve como el humo de los cigarrillos del señor Chow; huele a lluvia; sabe a jarabe de ajonjolí y tiene la forma de un qípáo.
"It is a restless moment.
She has kept her head lowered...
To give him a chance to come closer.
But he could not for lack of courage.
She turns and walks away."

Es un momento de agutación.
El da un paso hacía adelante,
Trata de tomarla de la mano.
Con una lágrima en la mejilla ella retrocede.
El se da vuelta y se aleja caminando.
 
¡Finalmente estoy en el blog! Esto es emocionante, uno quisiera que el primer post tuviese cualidades decisivas pero bueno... 
No quiero  poner acá el texto de cotidianidad porque se los envié a todos. Empero, entre esas cosas curiosas de la vida, en mi casa habita un libro que aún no estoy segura cómo se compró pero llegó a mi fmailia antes que yo y, algunas veces, lo leo simplemente porque es muy extraño. A continuación, uno de los cuentos de "GOG".

El alma en herencia (Giovanni Papini).


 New Parthenon, 22 Enero.
Una aventura olvidada ha resurgido para atormentarme. Hace muchos años, cuando estaba todavía metido en negocios, uno de mis socios, George Springhill, se suicidó. El mismo día que los periódicos anunciaban el suicidio recibí una carta extranísima. Me decía que se había dado cuenta, desde hacía algún tiempo, que estaba a punto de volverse loco y que antes de verse convertido en un desventurado demente prefería darse la muerte. Añadía que la heredera de todos sus bienes era su mujer pero que a mí me dejaba -y aquí comienzaba la extravagancia- su alma.
 "Mi mujer -escribía- siendo mujer no sabría qué hacer de ella, y no tengo hijos a quien transmitirla. Tú eres el único que tiene derecho a una manifestación de agradecimiento porque eres el único que no me abandonó en momentos difíciles. Me he dado cuenta de que un alma sola no basta al hombre: Le faltan siempre ciertas inclinaciones, experiencias, habilidad. Con dos almas podrás superar a los demás y a ti mismo. Te ruego que no desprecies la mía y que la trates con cuidado."

Aunque la muerte del pobre George no me producía ningun placer -tenía necesidad de él, precisamente en aquellos días, para una maniobra importante que nos hubiera permitido apoderarnos de una compañía ferroviaria- no pude menos que reírme. No dí importancia a la fantástica herencia: esa una confirmación de la locura amenazante. Metí la carta en la carpeta de los documentos curiosos y no me acordé más.
Sin embargo, desde hace algún tiempo me siento turbado por algo nuevo que sucede dentro de mí. No puedo decir que mi carácter haya cambiado, pero hay una fermentación de novedad en mi espíritu, cuyo origen no tengo claro. No experimento la impresión de cambiar o de perder, sino de enriquecerme. Me ocurre que acojo con indulgencia pensamientos que antes habría rechazado con desprecio y no se me hubieran ocurrido nunca; comienzan a gustarme ciertas formas, ciertas fantasías, ciertos refinamientos que antes ignoraba y no me preocupaban.
Hace unos días, al pronunciar una frase a propósito del verano, me vi de pronto ante George Springhill: recordé entonces que era una de sus frases familiares. George, siendo joven, escribía versos -y esto explica, en opninión mía, su predestinación a la locura- y ahora me doy cuenta de que me gusta cada vez más leer a los poetas. Sentía también una fuerte pasión por la música, y yo, que antes no podía soportar todo lo que no fuesen las canciones de los gramófonos, siento ahora la necesidad de escuchar de cuando en cuando algo de Mozart y de Schumann. Tmabién mi imprevista curiosidad por las religiones me recuerda a George, que había sido swedenborgiano y quería, una vez, introducirme en una logia teofísica.
Era un espíritu ardiente, apasionadoen exceso. Incluso a los negocios había llevado una especie de frenesí romántico que muchas veces ayudaba al éxito de una empresa -las grandes razzias insdustriales no se hacen sin un poco de imaginación y de empuje- pero que otras acarreaba grandes pérdidas. Algunos momentos siento en mí oleadas de ardor sin objeto, de simpatía imprevista, de impaciencia para arriesgarme, que me recuerdan no sé por qué, a mi amigo muerto.
He vuelto a leer su última carta: es indudablemente la carta de un lúnatico. Es incierto que el alma exista después de la muerte y, si existe, es claro que el hombre no puede disponer de ella, destinada como está a otro mundo, a un destino propio. ¿Cómo explicar entonces esta eflorescencia de sentimientos nuevos en mi espíritu, esta semejanza progresiva entre mi alma de hoy y la del suicida? Hoy, por ejemplo, me he sorprendido leyendo con mucho placer el Zarathustra de Nietzsche, y he recordado que ese libro era el libro preferido de George. La primera vez que me habló de él di una ojeada a algunas páginas y no comprendí nada. Incluso me maravillé de que un businessman pudiese perder el tiempo en ciertas lecturas estrafalarias. Ahora, en cambio...
La razón me advierte que desatino. No he acetado nunca aquella herencia. No sabría que hacer con ella. No la quiero. Pero ciertos hechos, innegables e inexplicables, me inquietan... ..


Links

Los dibujos que mostro Laura Z hoy me hicieron pensar en esta artista (Esra Roise).


http://www.cgunit.net/
Esta es una pagina donde se encuentran trabajos de artistas de diferentes campos, la linea entre el diseño y el arte se desvanece en esta pagina.

Juan Muñoz



Juan Muñoz, mi profunda atracción a este sujeto. Como siempre, un encuentro afortunado de un paseo solitario. Madrid, verano… después de refugiarme, por un rato, junto a una pared de plantas del calor absurdo que sentía ese dia después de salir de la estación del metro y perderme, como de costumbre, en una ciudad que es mas fácil de recorrer por debajo; sobre todo, cuando las calles tienen nombres. … seguí caminando unos cuantos bloques hasta encontrar el Museo Reina Sofía. En la plaza, un grupo de gente montando monociclos, un trompetista en una esquina, niños jugando, turistas "turistiando" medio perdidos en sus propios mapas, cámaras, maletas y camisetas horribles. La verdad, prefiero preguntar direcciones, así me obligo a hablarle a la gente.

"Tiquete de entrada por favor", respondo estirando mi mano y sonriendo; la verdad estoy emocionada, es un edificio súper imponente y aunque sabia muy poco de Juan Muñoz, lo poco que sabia me había cautivado (Me voy a saltar el recorrido por la colección permanente porque eso ya es otra historia) y ¿Cómo no? una cosa es ver imágenes en internet y  otra cosa es poder hacer parte de cada rincón de esos escenarios que crea de su obra en sí, de sentirse no encajar en un mar de personajes idénticos que interactuán entre sí,  a su altura dejándonos recorrerlos, observarlos y fotografiarlos sin la más mínima timidez, de personajes de párpados pegados en diferentes situaciones, tan bien planteadas espacialmente que cuentan con una narrativa que logró seducirme por el mismo desconcierto que plantó en mi, pero es que todo es culpa de la forma, de la luz, de los diálogos y los discursos dados por esos personajes anónimos pero similares, es que no hablan pero les falta poquito, es que tampoco oyen pero lo intentan, es que no ven pero se miran,  es que se mueven estáticos en el tiempo y es que hasta ganas de dan de alzar a esa enanita blanca  que esta de puntas en sus tacones carmesí.

domingo, 27 de junio de 2010

Cotidianidad

viernes y lo siento! pero no tengo una vida diaria que mostrar, mi vida está llena 
de saltos en el tiempo, 
de sentimientos de soledad en medio de multitudes, 
de rutinas aleatorias que nunca se repiten, 
de ver fruta podrida caer desde un octavo piso, 
de días que pasan estáticos en el tiempo , 
de caídas libres en un mar de hormonas y reacciones químicas en mi cabeza, 
de historias medio borradas en la película del recuerdo, 
de cuestionarme sobre un comentario de hace 5 horas, 
de saber que voy tarde y dejar de ver el reloj y sólo mirar el que esta más adelantado, 
de sentarme a perder el tiempo en el lavamanos junto al marco de la ventana, 
de leer dos veces la misma pagina porque frecuentemente me pierdo en las palabras y regreso momentos más adelante sin saber que pasó en ese lapso de tiempo, 
de ideas que se me escapan mientras encuentro con qué escribir, 
de elefantes sin orejas que se succionan la cara, 
de quitarme el casco y rascarme mucho la cabeza,
de abrir y cerrar la nevera sin ningún propósito,
de levantarme la camisa y mirarme de perfil en algún reflejo, 
de organizar lo que no debo cuando no hay tiempo, 
de perder las cosas y encontrarlas siempre en el bolsillo mas obvio, 
de diálogos mudos entre dos sillas bajo la lluvia, 
de la ansiedad que me produce subirme a unas escaleras eléctricas apagadas, 
de despertarme antes que la alarma del despertador, 
de volverme a dormir por haberme despertado antes, 
de la necesidad de poner música cuando estoy sola y decir que es la mejor compañía, 
de desayunar en el carro,
de tener pesadillas de fiebre nocturna,  
de pensar en mi hermano y no entender lo que pasa o no querer entender, 
de participar en la democracia y sentirme frustrada, 
de odiar algo profundamente y amar algo con pasión al mismo tiempo, 
de sentirme hipócrita por pensar una cosa pero de poder hacer todo lo contrario,
de tener un caos en mi cartera, 
de tener momentos en los que creo estar loca y en otros que más bien no (eventualmente me gusta pensar en la idea de estarlo realmente y no ser consciente de muchas cosas q me mortifican) 
de pensamientos muy tristes a tempranas horas de la mañana, 
de silbarle a los perros sólo por diversión, 
de instantes en los que una canción me acelera el corazón,
de tener picos y bajadas muy extremas, 
de tomar té con un amigo en el caño de la 116 a las 10 de la noche. 
de eso… de cosas que hago un día si… un día no! 
de querer y no poder,
de poder y no querer, 
de levantarme todos los días a horas diferentes 
de no despertarme...

  

COTIDIANIDAD

El jueves quería leerles este fragmento del filósofo esloveno Slavoj Zizek pero no nos alcanzó el tiempo. Lo relacioné con los dibujos de Carlos sobre lo abyecto, y sobre cómo la sociedad de consumo le ha quitado a ciertas cosas sus propiedades ¨ malignas¨, y eso determina nuestro comportamiento y relación con ellas. En principio puede leerse como algo muy diferente pero creo que si lee detenidamente tiene mucha relación.


ARTE, IDEOLOGÍA Y CAPITALISMO
fragmento
ARTE E IDEOLOGÍA EN HOLLYWOOD.
UNA DEFENSA DEL PLATONISMO
Slavoj Zizek


Si esta objetividad subjetivatizada simboliza el mal, ¿hay otra forma de representar la superficie inhumana del Ser? En el mercado contemporáneo encontramos toda una serie de productos privados de su propiedad maligna: café sin cafeína, nata sin grasa, cerveza sin alcohol... Sin duda habría que añadir a esta serie el olor: quizás la diferencia clave entre las clases populares y las clases medias sea la relación que mantienen con el olor. Para la clase media , las clases bajas huelen, sus miembros no se lavan regularmente. Por citar la proverbial respuesta que dio un parisino de clase media cuando le preguntaron por qué prefería viajar en vagones de primera clase en el metro: No me importaría ir en segunda con los obreros, ¡pero es que huelen!. Esto nos lleva a uno de los posibles significados actuales de ¨ prójimo ¨: prójimo es aquel que, por definición, huele. Por eso los desodorantes y jabones son tan importantes hoy en día, hacen que los demás resulten mínimamente tolerables: estoy dispuesto a amar a mi prójimo... si se demuestra que no huele demasiado mal.
Según una noticia que ha aparecido recientemente en los medios de comunicación, los científicos de un laboratorio venezolano han añadido un elemento a esta serie: por medio de la manipulación genética han creado alubias que, tras ser consumidas, ¡no generan ventosidades malolientes y socialmente embarazosas! Así que , tras el café descafeinado, los pasteles bajos en calorías, la coca cola sin azúcar y la cerveza sin alcohol, ahora tenemos alubias sin flatulencias...

Les glaneurs et la glaneuse (popurrí #1)

bueno algo de lo que ame del primer popurrí! 






sábado, 26 de junio de 2010

Cotidianidad

Este es un corto que quería mostrarles el jueves, pero por tiempo no se pudo. Lo encontré con subtitulos en ingles...

Tiene que ver con esas cosas que nos encontramos todos los días :) espero que les guste.


viernes, 25 de junio de 2010

El espejo Film festival


Bueno... para este fin de semana! espero les agrade el plan.  

aquí esta el link para tener toda la información del evento.



Hablando de normales.


esta es mi primera entrada con el poema que les había contado.
Dije una bobada no era de Vallejo sino de Roberto Fernández Retama.

Felices los normales.
Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho,
un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un
poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
los satisfechos, los gordos, los lindos,
los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
los flautistas acompañados por ratones,
los vendedores y sus compradores,
los caballeros ligeramente sobrehumanos,
los hombres vestidos de truenos y las mujeres de
relámpagos,
los delicados, los sensatos, los finos,
los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los
sueños,
las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
y nos construyen, los más locos que sus madres y más
borrachos
que sus padres y más delincuentes que sus hijos
y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen un sitio en el infierno, y basta.
Roberto Fernández Retama


les dejo este link
Es de una directora japonesa que se llama Naomi Kawase. Tiene unos trabajos muy bonitos. Katatsumori lo vi completo y me conmovió mucho.

jueves, 24 de junio de 2010

COTIDIANIDAD

Esta es una animación del mismo artista que María Alejandra mostró hoy en clase, me acordé de este video pero no estaba segura si era de la misma persona. Él tiene también una película que se llama Conspiradores del Placer y esta en la universidad. Bueno ahí les dejo


las babas del diablo (popurrí#1)

Julio Cortázar
(1914-1984)

Las babas del diablo
(Las armas secretas, 1959)

         Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos.

TinyVices

http://www.tinyvices.com/

Jan Svankmajer Jabberwocky

 





Jabberwocky es un poema que aparece en Alicia através del espejo, lo peculiar de este es que carece de sentido, pero que adquiere un ritmo interesante que insinuan imagenes que la mente del lector se encarga de moldear a su antojo. Esto fue lo que en 1971 Jan Svankmajer expresó por medio de su animación experimental... Disfruten!




miércoles, 23 de junio de 2010

Passage to the Future: Art from a New Generation in Japan

Una exposición que tambien hubo aqui en el 2008 en la Virgilio Barco.


March 10 - June 9 Passage to the Future: Art from a New Generation in Japan
Passage to the Future:
Art from a New Generation in Japan


March 10 - June 9, 2009

Atsushi Fukui
Satoshi Hirose
Maywa Denki
Tomoyasu Murata
Tetsuya Nakamura
Masafumi Sanai
Katsuhiro Saiki
Yoshihiro Suda
Tabaimo
Nobuyuki Takahashi
Miyuki Yokomizo







The Japan Foundation is pleased to present Passage to the Future: Art from a New Generation in Japan, an exhibition that focuses on art being produced in Japan at the beginning of the 21st century. It showcases the work of eleven younger artists who are presently attracting a great deal of attention. The 1990s saw major shifts on the economic and political order of the world, and many people have responded by turning away from larger issues and concentrating on smaller and more intimate areas of life, in essence, reexamining the ground under their own feet. In contemporary art as well, there has been a worldwide tendency for artists to take a greater interest in everyday life and focus on the expression of very personal perceptions and feelings.

This exhibition presents paintings, sculptures, installations, photographs, and video works by eleven Japanese artists who are responding in a similar way to the current state of the world. They take their subject matter from their immediate surroundings and make art that strongly reflects their own personal reality. Their work has a rich visual impact and reveals a strong interest in the process of making things. We hope that this exhibition will allow viewers to experience the freshness and vitality of current Japanese art and at the same time provide an opportunity for renewed thinking and debate about the fundamental appeal and meaning of art.

Source:
http://www.jftor.org/whatson/archive09.php

Romper con la Cotidianidad

Parte de un DVD de la empresa de animación 4C. 
Crear mundos significa crear cotidianidades y esta gente es una dura. Al igual que Estudios Ghibli, 4C se caracteriza por crear peliculas de un excelente valor cinematografico.

Cotidianos

Las cobijas en el piso y yo destapada, y si no sucede es porque “dormí bien” (eso no es cotidiano).

Rutinas inevitables. Despertar es inevitable y obligatorio, a menos que nadie interfiera, continuaría durmiendo hasta alguna necesidad básica llegase a interferir. Hambre a las 3-4 de la tarde es lo más normal. “El mundo es para los despiertos”, dice mi papá.

Baño: Diría que es el sitio cotidiano por excelencia, inevitable y inquebrantable; sanitario, lavamanos, espejo. Shampoo, jabón, cepillo de dientes, crema dental y crema para el cuerpo, para mi piel tan cansona y delicada. Me gustaría una piel más guerrera. Sin el espejo la existencia es bochornosa. Que vivan los espejos pues hacen de lo cotidiano algo menos aborrecible. Hoy creo que me encontré con mi reflejo unas 23 veces, y seguro Ud. también. Creo que es tan cotidiano que uno no caemos en cuenta.
Comer: sin comida me da gastritis, con gastritis me da mal genio y el mal genio no es, ni debería ser, cotidiano. Desayuno, onces, almuerzo, onces, cena. Cubiertos: de donde provengan hacen del comer un rito increíble y abominable. Cómo olvidar las odiosas cenas de veinte mil cubiertos o lo íntimo de un almuerzo casero improvisado en una coquita que termino comiendo con cuchara. Hoy quiero comer con palillos chinos.
Movilizarse: consumir un carburante mientras se llega a un sitio, oportunidad de observar la rutina de los demás, viaje inevitable y delicioso. Se necesita disposición para no desesperar en los trancones, pero en sobrevivirlos están las sorpresas y anécdotas del día.
Vestirse: la vida cómoda hace que estar desnudo sea indeseable. La vida cómoda y el frío… y, siendo sinceros, el gusto por la ropa. Sacos para el frio, medias para consentir y acolchonar los pies, tennis para caminar, cucos y brassier contra la gravedad(?)… no sé, porque si, porque se ven bonitos y me gustan, porque qué video andar en jean sin cucos. Por estos días toca salir con camiseta de tiritas y botas pantaneras para hacerle frente al clima; cambio climático y sus consecuencias en nuestra cotidianidad.
Jugar: lo que no es un juego es porque es religión o política… o gente aburrida y cotidiana. La gente es seria cuando habla.
Trabajar: juego con remuneración, platita o notitas. Interés y ganas de encontrar cosas, de aprender cosas.
Dormir: Se acaba la rutina. Trasnocho mucho y me acuesto temprano. Mejor dicho, no trasnocho, madrugo a dormir. Amo ese momento placentero en el que el cuerpo se va liberando de las tensiones y las cobijas me abrazan y envuelven en un calor rico, delicioso. Despertar es inevitable y obligatorio, a menos que nadie interfiera, continuaría durmiendo hasta que alguna necesidad básica llegase a interferir. Pongo tres despertadores y dejo una nota en el comedor (el último cartucho contra seguir durmiendo hasta las 4 de la tarde):
“Por favor despiértenme a las…”

Pauline

Pauline from Alejandra Reyes on Vimeo.

Cotidianidad

Mis días comienzan con tres cosas: el sol que cae por la ventana, la música que empuja el radio hacia mis odios, y una búsqueda incesable por mis gafas. Las cobijas están tibias, mas frías que tibias, por que el sol las calienta un poquito dentro de esta nevera. Aunque, a decir verdad, ya no es tanto una nevera, ya no son tantos los días en los que me levanto con los huesos entumidos y con las dos medias puestas. La mayoría de días me levanto con un solo pie metido dentro de una sola media. La otra, seguramente esta atrapada en tsunamis blancos y acolchados.

Me muevo y cojo el aparato verde que suena. Muevo la mano, recorro la mesa, la mesita, recorro los espacios entre ella y mi cama, el espacio entre mi colchón y el marco de la cama, buscando mis ojos. Siempre están en el mismo sitio, aveces tienen patas, aveces la música las mueve. Si los encuentro me los pongo y sigo durmiendo, con mis pies hacia mi cabecera y con la cabeza entre las cobijas donde había patinado la noche anterior. Un frío raro entre por debajo de mi camisa, por mi espalda, hasta mi nuca, como si una pita me jalara para por fin sentarme en mi cama.

sentirnos vernos

Sobre pelusas en la garganta

Carta a una señorita en París
[Cuento. Texto completo]

Julio Cortázar

Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de Rará. Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía del amigo muerto, ritual de bandejas con té y tenacillas de azúcar... Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar. Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafio me pase por los ojos como un bando de gorriones.

Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a mí a alguna otra casa donde quizá... Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.

Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no llevaban a ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas, porque cuando yo veo las correas de las valijas es como si viera sombras, elementos de un látigo que me azota indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las maletas, avisé a la mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche, Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.

Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejilo de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran maceta donde crece el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del todo sus orejas, envuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las granjas.

Entre el primero y segundo piso, Andrée, como un anuncio de lo que sería mi vida en su casa, supe que iba a vomitar un conejito. En seguida tuve miedo (¿o era extrañeza? No, miedo de la misma extrañeza, acaso) porque antes de dejar mi casa, sólo dos días antes, había vomitado un conejito y estaba seguro por un mes, por cinco semanas, tal vez seis con un poco de suerte. Mire usted, yo tenía perfectamente resuelto el problema de los conejitos. Sembraba trébol en el balcón de mi otra casa, vomitaba un conejito, lo ponía en el trébol y al cabo de un mes, cuando sospechaba que de un momento a otro... entonces regalaba el conejo ya crecido a la señora de Molina, que creía en un hobby y se callaba. Ya en otra maceta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba sin preocupación la mañana en que la cosquilla de una pelusa subiendo me cerraba la garganta, y el nuevo conejito repetía desde esa hora la vida y las costumbres del anterior. Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota del ritmo que nos ayuda a vivir. No era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo invariable, en el método. Usted querrá saber por qué todo ese trabajo, por qué todo ese trébol y la señora de Molina. Hubiera sido preferible matar en seguida al conejito y... Ah, tendría usted que vomitar tan sólo uno, tomarlo con dos dedos y ponérselo en la mano abierta, adherido aún a usted por el acto mismo, por el aura inefable de su proximidad apenas rota. Un mes distancia tanto; un mes es tamaño, largos pelos, saltos, ojos salvajes, diferencia absoluta Andrée, un mes es un conejo, hace de veras a un conejo; pero el minuto inicial, cuando el copo tibio y bullente encubre una presencia inajenable... Como un poema en los primeros minutos, el fruto de una noche de Idumea: tan de uno que uno mismo... y después tan no uno, tan aislado y distante en su llano mundo blanco tamaño carta.

Me decidí, con todo, a matar el conejito apenas naciera. Yo viviría cuatro meses en su casa: cuatro -quizá, con suerte, tres- cucharadas de alcohol en el hocico. (¿Sabe usted que la misericordia permite matar instantáneamente a un conejito dándole a beber una cucharada de alcohol? Su carne sabe luego mejor, dicen, aunque yo... Tres o cuatro cucharadas de alcohol, luego el cuarto de baño o un piquete sumándose a los desechos.)

Al cruzar el tercer piso el conejito se movía en mi mano abierta. Sara esperaba arriba, para ayudarme a entrar las valijas... ¿Cómo explicarle que un capricho, una tienda de animales? Envolví el conejito en mi pañuelo, lo puse en el bolsillo del sobretodo dejando el sobretodo suelto para no oprimirlo. Apenas se movía. Su menuda conciencia debía estarle revelando hechos importantes: que la vida es un movimiento hacia arriba con un clic final, y que es también un cielo bajo, blanco, envolvente y oliendo a lavanda, en el fondo de un pozo tibio.

Sara no vio nada, la fascinaba demasiado el arduo problema de ajustar su sentido del orden a mi valija-ropero, mis papeles y mi displicencia ante sus elaboradas explicaciones donde abunda la expresión «por ejemplo». Apenas pude me encerré en el baño; matarlo ahora. Una fina zona de calor rodeaba el pañuelo, el conejito era blanquísimo y creo que más lindo que los otros. No me miraba, solamente bullía y estaba contento, lo que era el más horrible modo de mirarme. Lo encerré en el botiquín vacío y me volví para desempacar, desorientado pero no infeliz, no culpable, no jabonándome las manos para quitarles una última convulsión.

Comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y dos días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris.

Usted ha de amar el bello armario de su dormitorio, con la gran puerta que se abre generosa, las tablas vacías a la espera de mi ropa. Ahora los tengo ahí. Ahí dentro. Verdad que parece imposible; ni Sara lo creería. Porque Sara nada sospecha, y el que no sospeche nada procede de mi horrible tarea, una tarea que se lleva mis días y mis noches en un solo golpe de rastrillo y me va calcinando por dentro y endureciendo como esa estrella de mar que ha puesto usted sobre la bañera y que a cada baño parece llenarle a uno el cuerpo de sal y azotes de sol y grandes rumores de la profundidad.

De día duermen. Hay diez. De día duermen. Con la puerta cerrada, el armario es una noche diurna solamente para ellos, allí duermen su noche con sosegada obediencia. Me llevo las llaves del dormitorio al partir a mi empleo. Sara debe creer que desconfío de su honradez y me mira dubitativa, se le ve todas las mañanas que está por decirme algo, pero al final se calla y yo estoy tan contento. (Cuando arregla el dormitorio, de nueve a diez, hago ruido en el salón, pongo un disco de Benny Carter que ocupa toda la atmósfera, y como Sara es también amiga de saetas y pasodobles, el armario parece silencioso y acaso lo esté, porque para los conejitos transcurre ya la noche y el descanso.)

Su día principia a esa hora que sigue a la cena, cuando Sara se lleva la bandeja con un menudo tintinear de tenacillas de azúcar, me desea buenas noches -sí, me las desea, Andrée, lo más amargo es que me desea las buenas noches- y se encierra en su cuarto y de pronto estoy yo solo, solo con el armario condenado, solo con mi deber y mi tristeza.

Los dejo salir, lanzarse ágiles al asalto del salón, oliendo vivaces el trébol que ocultaban mis bolsillos y ahora hace en la alfombra efímeras puntillas que ellos alteran, remueven, acaban en un momento. Comen bien, callados y correctos, hasta ese instante nada tengo que decir, los miro solamente desde el sofá, con un libro inútil en la mano -yo que quería leerme todos sus Giraudoux, Andrée, y la historia argentina de López que tiene usted en el anaquel más bajo-; y se comen el trébol.

Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las lámparas del salón, los tres soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas ni faroles. Miran su triple sol y están contentos. Así es que saltan por la alfombra, a las sillas, diez manchas livianas se trasladan como una moviente constelación de una parte a otra, mientras yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos -un poco el sueño de todo dios, Andrée, el sueño nunca cumplido de los dioses-, no así insinuándose detrás del retrato de Miguel de Unamuno, en torno al jarrón verde claro, por la negra cavidad del escritorio, siempre menos de diez, siempre seis u ocho y yo preguntándome dónde andarán los dos que faltan, y si Sara se levantara por cualquier cosa, y la presidencia de Rivadavia que yo quería leer en la historia de López.

No sé cómo resisto, Andrée. Usted recuerda que vine a descansar a su casa. No es culpa mía si de cuando en cuando vomito un conejito, si esta mudanza me alteró también por dentro -no es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas no se pueden variar así de pronto, a veces las cosas viran brutalmente y cuando usted esperaba la bofetada a la derecha-. Así, Andrée, o de otro modo, pero siempre así.

Le escribo de noche. Son las tres de la tarde, pero le escribo en la noche de ellos. De día duermen ¡Qué alivio esta oficina cubierta de gritos, órdenes, máquinas Royal, vicepresidentes y mimeógrafos! Qué alivio, qué paz, qué horror, Andrée! Ahora me llaman por teléfono, son los amigos que se inquietan por mis noches recoletas, es Luis que me invita a caminar o Jorge que me guarda un concierto. Casi no me atrevo a decirles que no, invento prolongadas e ineficaces historias de mala salud, de traducciones atrasadas, de evasión Y cuando regreso y subo en el ascensor ese tramo, entre el primero y segundo piso me formulo noche a noche irremediablemente la vana esperanza de que no sea verdad.

Hago lo que puedo para que no destrocen sus cosas. Han roído un poco los libros del anaquel más bajo, usted los encontrará disimulados para que Sara no se dé cuenta. ¿Quería usted mucho su lámpara con el vientre de porcelana lleno de mariposas y caballeros antiguos? El trizado apenas se advierte, toda la noche trabajé con un cemento especial que me vendieron en una casa inglesa -usted sabe que las casas inglesas tienen los mejores cementos- y ahora me quedo al lado para que ninguno la alcance otra vez con las patas (es casi hermoso ver cómo les gusta pararse, nostalgia de lo humano distante, quizá imitación de su dios ambulando y mirándolos hosco; además usted habrá advertido -en su infancia, quizá- que se puede dejar a un conejito en penitencia contra la pared, parado, las patitas apoyadas y muy quieto horas y horas).

A las cinco de la mañana (he dormido un poco, tirado en el sofá verde y despertándome a cada carrera afelpada, a cada tintineo) los pongo en el armario y hago la limpieza. Por eso Sara encuentra todo bien aunque a veces le he visto algún asombro contenido, un quedarse mirando un objeto, una leve decoloración en la alfombra y de nuevo el deseo de preguntarme algo, pero yo silbando las variaciones sinfónicas de Franck, de manera que nones. Para qué contarle, Andrée, las minucias desventuradas de ese amanecer sordo y vegetal, en que camino entredormido levantando cabos de trébol, hojas sueltas, pelusas blancas, dándome contra los muebles, loco de sueño, y mi Gide que se atrasa, Troyat que no he traducido, y mis respuestas a una señora lejana que estará preguntándose ya si... para qué seguir todo esto, para qué seguir esta carta que escribo entre teléfonos y entrevistas.

Andrée, querida Andrée, mi consuelo es que son diez y ya no más. Hace quince días contuve en la palma de la mano un último conejito, después nada, solamente los diez conmigo, su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el pelo largo, ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos, saltando sobre el busto de Antinoo (¿es Antinoo, verdad, ese muchacho que mira ciegamente?) o perdiéndose en el living, donde sus movimientos crean ruidos resonantes, tanto que de allí debo echarlos por miedo a que los oiga Sara y se me aparezca horripilada, tal vez en camisón -porque Sara ha de ser así, con camisón- y entonces... Solamente diez, piense usted esa pequeña alegría que tengo en medio de todo, la creciente calma con que franqueo de vuelta los rígidos cielos del primero y el segundo piso.

Interrumpí esta carta porque debía asistir a una tarea de comisiones. La continúo aquí en su casa, Andrée, bajo una sorda grisalla de amanecer. ¿Es de veras el día siguiente, Andrée? Un trozo en blanco de la página será para usted el intervalo, apenas el puente que une mi letra de ayer a mi letra de hoy. Decirle que en ese intervalo todo se ha roto, donde mira usted el puente fácil oigo yo quebrarse la cintura furiosa del agua, para mí este lado del papel, este lado de mi carta no continúa la calma con que venía yo escribiéndole cuando la dejé para asistir a una tarea de comisiones. En su cúbica noche sin tristeza duermen once conejitos; acaso ahora mismo, pero no, no ahora. En el ascensor, luego, o al entrar; ya no importa dónde, si el cuándo es ahora, si puede ser en cualquier ahora de los que me quedan.

Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el destrozo insalvable de su casa. Dejaré esta carta esperándola, sería sórdido que el correo se la entregara alguna clara mañana de París. Anoche di vuelta los libros del segundo estante, alcanzaban ya a ellos, parándose o saltando, royeron los lomos para afilarse los dientes -no por hambre, tienen todo el trébol que les compro y almaceno en los cajones del escritorio. Rompieron las cortinas, las telas de los sillones, el borde del autorretrato de Augusto Torres, llenaron de pelos la alfombra y también gritaron, estuvieron en círculo bajo la luz de la lámpara, en círculo y como adorándome, y de pronto gritaban, gritaban como yo no creo que griten los conejos.

He querido en vano sacar los pelos que estropean la alfombra, alisar el borde de la tela roída, encerrarlos de nuevo en el armario. El día sube, tal vez Sara se levante pronto. Es casi extraño que no me importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta culpa, usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos están bien reparados con el cemento que compré en una casa inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo... En cuanto a mí, del diez al once hay como un hueco insuperable. Usted ve: diez estaba bien, con un armario, trébol y esperanza, cuántas cosas pueden construirse. No ya con once, porque decir once es seguramente doce, Andrée, doce que serán trece. Entonces está el amanecer y una fría soledad en la que caben la alegría, los recuerdos, usted y acaso tantos más. Está este balcón sobre Suipacha lleno de alba, los primeros sonidos de la ciudad. No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales.